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La luz de lo divino
En la penumbra de la noche oscura,
donde el silencio aguarda y suspira,
se escucha un leve susurro en la brisa,
que evoca la divinidad más pura.
Allí en la tierra de lo desconocido,
entre las sombras de la luna llena,
aparece la espiritualidad serena,
que en el corazón del hombre ha reverdecido.
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Declaran entonces los astros y estrellas,
la majestuosidad de lo supremo,
presencia que en cada alma yace inmemorial.
Se funden miedos y dudas terrenales,
en el abismo del infinito eterno,
bebiendo del manantial divino, inmortal.
Un sendero en la eternidad
En el sendero de la vida, una danza divina
bajo la luna que al sol sigila,
se entrelazan nuestros pasos en unirosa espiral,
en una búsqueda constante del equilibrio astral.
En la oscuridad más profunda, ¿qué luz encontrarás?
El mundo gira y gira, con incansable fidelidad,
pero en la bruma densa, al alma no podré buscar,
solo en la paz interna, la verdad hallará morar.
Oh, divina presencia, todas las formas habitas,
en cada piedra, cada flor, sublime fuerza infinita,
seas el torrente de los ríos o el viento que acaricia,
mi corazón entonará siempre, el canto de tu hechicería.
Prisioneros de la carne, confinados en un sueño,
atravesando tormentas en un perpetuo peregrinar,
descubro en el silencio, tu amor que no tiene dueño,
y en la grandeza de lo humilde, el tesoro por desenterrar.
No estamos solos, la luz nos guía de vuelta al hogar,
en cada rincón del universo, resuena el celestial cantar.
La esencia divina en nuestras almas, al fin brillará,
disolviendo las sombras que nos atan, hacia la eternidad.
Marcando cicatrices en el espejo del alma, nuestro andar,
una a una, las pruebas nos acercan al despertar.
Y si en cada paso, la conexión divina puedo habitar,
sembraré con amor, en cada vida, la semilla celestial.
En la inmensidad de lo eterno
En esta quietud del alma, despierto entre susurros,
contemplo el cielo abierto, pervivo en lo profundo,
las estrellas sus lenguas
El camino hacia la eternidad
De las sombras de la noche a la luz del amanecer,
despertar en busca de la verdad, sendero de crecer,
por la esencia de lo eterno, el alma quiero entender,
entre dudas y certezas, un canto a la fe comienza a arder.
De recónditas estrellas, el legado de antiguas historias,
cruzan la inmensidad del cosmos, llenas de glorias,
¿Qué divino ser aquí nos guía hacia la verdad?,
en este juego de la vida, la espiritualidad emerge sin piedad.
Caminemos por el bosque de la fe, rodeado de mistismo,
sin prejuicios ni dogmas, solo luz en el abismo,
adelante corazón errante, asume el reto celestial,
pues este sendero es la senda que te elevará a lo espiritual.
La montaña de la sabiduría se presenta ante nosotros,
y ascendiendo sus cimas podemos tocar la esencia de los otros,
cada sublime escalón es un paso hacia lo divino,
porque en este camino el corazón encuentra su destino.
Desde la cima, una voz susurra respuestas en el viento,
y aquel eco ancestral despierta nuestro verdadero sentimiento,
comprendemos así que somos parte de una trama más amplia,
un abrazo universal nos envuelve en la cósmica estampa.
Uníos hijos de la esfera, almas vagabundas en la tierra,
en la búsqueda de la verdad, donde ningún lazo se cierra,
redescubrir la fuerza vital del fuego espiritual,
una llama eterna que nos conecta, más allá de lo terrenal.
Por un amor infinito que resuena en nuestro ser,
con fraternidad y luz este sendero debemos recorrer,
canto celeste unifica lo profano y lo sagrado,
y así descubrimos que el camino estaba ya trazado.
Un susurro del alma
En la noche silenciosa, en la calma de mi almohada,
mis pensamientos divagan como agua derramada;
busco en la oscuridad, en lo profundo de mi ser,
una verdad escondida que me ayude a entender.
Cuál es el sentido de esta vida terrenal,
si somos peregrinos en un mundo inmortal.
Somos actores en un teatro etéreo,
de un drama sin ensayo, escrito en el misterio.
¿Dónde radica el espíritu que agita mi interior,
que se agazapa en las sombras, evadiendo mi razón?
En un rincón oculto escucho su latir,
al compás de mis suspiros, buscando existir.
Una voz me susurra, como eco del cielo,
un mensaje de esperanza, un salmo de consuelo:
«No te sientas perdido, ni te rindas al dolor,
pues la brújula divina está en tu corazón.»
Así, en un encuentro de silencios y oraciones,
mil estrellas y sus luces me envuelven, cual bendiciones.
Mi alma se eleva, siente paz y libertad,
pues he hallado en la espiritualidad mi identidad.
Comprendo que somos dos alas de un ser infinito,
unidos por el viento en un vuelo intuitivo.
Somos cuerpos efímeros, espíritus inmortales,
trascendiendo los límites de los mundos terrenales.
El ciclo de la vida y la muerte ya no asusta,
pues sigo al ala etérea que mi alma ilumina y escucha.
Y en su contagioso susurrar, avanzo en la verdad,
unidos por siempre, en esta danza celestial.
